domingo, 18 de diciembre de 2011


 

Muerte del Libertador Simón Bolívar

En el día de ayer, 17 de diciembre de 2011, se cumplió un año más de la muerte de quien fuera, junto con San Martín, artífice de la cristalización de los anhelos de libertad de los pueblos de Sur América; por este motivo he querido conmemorarlo transcribiendo un  artículo escrito por el historiador Alberto Hinestroza Llanos y publicado en el periódico Hoy Diario del Magdalena el 18 de diciembre del presente año.
Suetonio Tranquilo

 

 

EN EL CARIBE MURIÓ SIMÓN BOLÍVAR


Alberto Hinestroza Llanos
Presidente Fundación Periodistas
Bolivarianos de América

Ayer fue una fecha muy especial para quienes nos encanta la historia, ya que el 17 de diciembre de 1819 se creó jurídicamente nuestra amada patria en el histórico Congreso de Angostura, iniciando con ello una vida republicana que se acerca al bicentenario (200 años).
Curiosamente el 17 de diciembre de 1830, murió en Santa Marta el fundador de nuestra amada Colombia, don Simón Bolívar Palacios.  El reloj marcaba la una tres minutos de la tarde, y su deceso se produjo en la habitación principal de la Quinta de San Pedro Alejandrino, ante la presencia de su médico general Alejandro Próspero Reverend, a quien debemos todos los detalles sobre su penosa agonía, y los últimos minutos de vida ante sus amigos.
El 16 de diciembre a las nueve de la noche, según el boletín médico que expidió Reverend, indicaba claramente que el trance de la muerte del Libertador había comenzado.  “Todos los síntomas de la enfermedad de S.E. han vuelto a exasperarse; además se le ha notado otro síntoma malo, y es que ha hecho orines ensangrentados.  La respiración es más trabajosa y apenas han purgado los vejigatorios, principalmente los de las pantorrillas.  Frotaciones espirituosas en los extremos, antiespasmódicos al interior, etc. Sagú por alimento.”
Su sobrino Fernando, había comentado que “al medio día comenzó a delirar, agravándose más por la noche”.  En la mañana del 17, otro informe de su médico, indica que: “Todos los síntomas están llegando al último grado de intensidad; el pulso está en el mayor decaimiento, el fácis está más hipocrático que antes; en fin, la muerte está próxima…”  Desde aquella hora, todos sus amigos se agrupan en la sala contigua a la habitación donde agonizaba el Libertador.  Hablan silenciosamente y comentan con el general Mariano Montilla, la gravedad eminente.  Ese día el médico Reverend, tuvo que salir a atender al Obispo Estévez, que se encontraba enfermo, pero regresó a la Quinta, donde volvió a estar a la cabecera de su lecho y retenía en la suya, la mano del Libertador, “que ya no hablaba sino de un modo confuso.”
En la memoria escrita por el galeno, quedó el testimonio de aquellas horas: “Sus facciones expresaban una perfecta serenidad; ningún dolor o seña de padecimiento se reflejaba sobre su noble rostro”.
Cuando advertí que ya la respiración se ponía estertorosa, el pulso de trémulo casi insensible, y que la muerte era eminente, me asomé a la puerta del aposento, y llamando a los generales, edecanes y los demás que componían el séquito de Bolívar: “Señores, exclamé, si queréis presenciar los últimos momentos y postrer aliento del Libertador, debéis entrar ya”.
Se acercaron entonces, temerosos y acongojados, algunos de los que ayer asistieron a su lado a la empresa prolongada y temeraria del valor heroico; oyeron trémulos el ronquido que le había comenzado a las doce: fue declinando en tonalidad el angustioso estertor, era profundo como si se arrancara de las honduras del dolor en el abismo, y apenas era un soplo cuando “a la una de la tarde expiró el excelentísimo señor Libertador, después de una agonía larga pero tranquila”.
El sepulcro estaba abierto aguardando la ilustre víctima, y hubiera sido necesario hacer un milagro para impedirle descender a él.
San Pedro, diciembre 17 de 1830, a las 8 de la noche. Alejandro P. Reverend.
Luego vendría la autopsia que se le practicó en el patio contiguo de la casa principal, donde el médico Reverend le extrajo el corazón y lo depositó en una caja de hierro, el cual, el día de su sepultura (el domingo 20 de diciembre) fue colocado sobre la caja de madera que contenía su cuerpo.
Con ese corazón fue que supo amar a la patria, y a las mujeres que conquistó a través de su vida, entre ellas, Manuelita Sáenz quien fue la que más le supo comprender y defender; y a quien una vez llegado a Santa Marta, y reposado del penoso viaje que tuvo que soportar por el mar desde el  puerto de Sabanilla, el 3 de diciembre, sacó fuerzas desde el interior de su corazón y le escribió la última carta a su amada Manuelita Sáenz, con la que concluyó el más sentido y bello epistolario amoroso escrito en lengua castellana.
A Manuela Sáenz:
El hielo de mis años se reanima con tus bondades y gracia.  Tu amor da una vida que está expirando.  Yo no puedo estar sin ti.  Yo no puedo privarme voluntariamente de mi Manuela.  No tengo tanta fuerza como tú, para no verte.  Apenas basta una inmensa distancia.  Te veo aunque lejos de ti.  Ven, ven, ve luego.  Tuyo del alma.
Bolívar.
Sólo el viento con el susurro de las palmeras y la  orquestación del mar, respondió a los angustiosos llamados de genio de América.  Ese fue su adiós…
Luego escribió para todos los colombianos la hermosa proclama, que es un verdadero ejemplo del amor que supo darle a la libertad y a la patria; sus últimos párrafos son proféticos y dignos de recordar en este aniversario de su muerte: “¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria.  Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro…”

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